La de las brujas de Zugarramurdi es una historia marcada por la locura inquisitorial que, a comienzos del siglo XVII, condenó a muerte a docenas de inocentes acusados de practicar la brujería. ¿Sabías que todo lo desató el sueño desafortunado de una vecina de esta localidad situada en la comarca navarra de Xareta, donde hoy apenas conviven 250 habitantes?
Su relato acabó siendo denunciado por el abad de Urdax ante el tribunal de Logroño, que arrestó a 53 parroquianos, de los cuales 11 ardieron en la hoguera y los demás fallecieron en la cárcel.
Corría el año 1610 cuando la anécdota de quien había visto, mientras dormía, a unos vecinos del pueblo que participaban en un aquelarre en la cueva trajo consecuencias realmente dramáticas.
Desde entonces, este túnel subterráneo de 120 metros de largo y 12 metros de alto excavado por el arroyo Orabidea, dotado con dos galerías que se elevan sobre su cauce, se ha convertido en lugar de peregrinación para muchos curiosos que desean desentrañar el misterio que lo envuelve. ¿Quieres saber más?
Las verdaderas brujas de Zugarramurdi
La cueva de las brujas de Zugarramurdi, repleta de referencias esotéricas
Lo cierto es que la cueva de las brujas, traducción literal de Sorginen Leizea (nombre que recibe en euskera), está repleta de numerosas referencias esotéricas. Si decides visitarla comprobarás que el ambiente que se respira a través de sus pasajes es verdaderamente evocador. No en vano, durante mucho tiempo en este lugar se celebraron prácticas de medicina natural y ritos paganos que formaban parte de la cultura popular y que la sociedad aceptaba, hasta que empezaron a asociarse al satanismo.
Su cavidad principal se llama Infernuko Erreka, que significa regata del infierno. Además, junto a la gruta hay un prado llamado Akelarre, que se traduce del euskera como campo o tierra de cultivo, pero que también es el término que da origen a lo que hoy conocemos como aquelarre: una ceremonia de invocación al diablo en la que se reunían brujas para realizar sus rituales, conjuros y hechizos. Fueron los inquisidores Becerra y Valle Alvarado quienes acuñaron ese nuevo concepto.
Una aldea dividida en dos por la barbarie y la conspiración
Ellos alentaron la teoría de la brujería e iniciaron un proceso que favorecía la conspiración y acusación entre vecinos. La pequeña aldea de Zugarramurdi quedó partida en dos y, un tercio de su población, listo para ser juzgado y ajusticiado por la citada comisión logroñesa.
En aquel 1610 tan convulso, los párrocos de Lesaca y Vera de Bidasoa sometían a niños y adolescentes a una manipulación infame. Les incitaban a contar a sus padres sus ensoñaciones nocturnas como si fueran historias verdaderas y los encerraban por las noches en las iglesias para que no fuesen raptados por Lucifer.
Los progenitores se veían entre la espada y la pared, pues si hacían confesar al hijo que era brujo y este delataba quién lo había captado, quedaba redimido de toda culpa. Sin embargo el peso de la Inquisición recaía sobre la persona que había sido acusada de iniciarlo en esas prácticas infernales.
En ese caso, su familia tampoco tenía nada que temer y, en un escenario tan grotesco, se creó un caldo de cultivo perfecto para que se iniciase un proceso de criminalización vecinal y una persecución que marginaba a ciertos sectores desfavorecidos.
La persecución del horror y sus desastrosas consecuencias
Proliferaron entonces las listas entregadas a los niños por los vecinos para que los denunciaran a cambio de incentivos económicos. También las amenazas e injurias e, incluso, las torturas entre unos y otros para que se autoacusasen. Fue un sálvese quien pueda a cualquier precio que dio origen a lo que hoy conocemos como la leyenda de las brujas de Zugarramurdi.
Esta historia negra esconde mucho más. Considera qque entre 1609 y 1612 fueron muchos los aldeanos de las cuencas del Bidasoa y el Baztán que murieron acusados de practicar brujería. La situación degeneró tanto que en abril de 1611 el obispo de Pamplona tuvo que escribir una carta al inquisidor general.
En ella, Antonio Venegas y Figueroa, miembro también del consejo de la Suprema Inquisición, le contaba el deterioro social que habían provocado los predicadores enviados por Felipe III y se quejaba de la tortura y el asesinato de vecinos.
Su misiva, junto con el papel del también inquisidor Alonso de Salazar y Frías, quien denunció mala información y graves errores en aquella persecución, fueron determinantes para que en 1614 esta institución se excusase y comprometiese a no ajusticiar nunca más a nadie por brujería.
Asimismo, los penados del Auto de Logroño de 1610 recibieron la completa amnistía, poniendo fin de esta forma a uno de los procesos más conocidos de Europa. La paz tardó poco en retornar a esta zona de Navarra y lo sucedido fue quedando como un episodio oscuro que hoy en día puedes estudiar como la leyenda de las brujas de Zugarramurdi.